domingo, 11 de abril de 2010

El hijo pródigo


Lucas 15:11-32


El joven cometió muchos errores. Le había dicho a su padre que quería su parte de la herencia. Cuando el padre le dio el dinero, el muchacho se fue de su casa y se dedicó a vivir la vida en fiestas, a despilfarrar su dinero. Al fin sus malas decisiones mostraron las consecuencias lógicas. Y cuando se le termino el dinero también se quedó sin amigos. Ya no tenía comida, ni lugar donde dormir, y término trabajando en un chiquero, limpiando y alimentando cerdos. Estaba tan desesperado que tenía que comer el alimento de los cerdos para poder sobrevivir. Sin embargo, un día en medio de la suciedad y la vergüenza, se dijo: Me levantaré e iré a casa de mi padre. Fue la mejor decisión que hizo ese día.
Cuando cometemos errores, pasamos por dolores, lo peor que podemos hacer es sumergirnos en la autocompasión. No te quedes todos los días de tu vida condenándote y rechazándote. El primer paso a la victoria es volver a levantarte y regresar a los brazos del padre.
El joven volvió a su casa y seguramente, en el fondo, pensaba: estoy perdiendo el tiempo. Mi padre no me va a recibir. Va a estar muy enojado conmigo. Tome tantas decisiones equivocadas. También se habrá dicho: soy un fracaso, papá nunca me va a perdonar. Sin embargo, la Biblia cuenta: “Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre”. Eso me indica que el padre tiene que haber estado esperándolo, y que lo buscaba. Seguramente se levantaba temprano cada mañana diciendo: Quizá hoy sea el día en que vuelva mi hijo. Día, tarde y noche su padre estaba atento, esperando. Al ver a su hijo corrió a su encuentro. No podía esperar más. Los paralelos en la historia son evidentes: el padre representa a Dios.
El padre corrió hacia un joven que necesitaba misericordia. Corre hacia una persona que se equivocó y cometió errores graves, una persona que fracasó en gran manera.
Cuando el padre llegó hasta donde estaba su hijo, lo abrazó. Estaba tan feliz de tenerlo otra vez en su casa. El hijo, sin embargo, sólo bajó la cabeza con vergüenza. Y empezó a decir: “Papá, cometí un error muy grave. Tomé decisiones muy malas. Y sé que no merezco nada de esto, pero quizá me aceptes para que trabaje como sirviente en la casa. Trabajaré en los campos, para ti.”
El padre no quiso oír nada de eso. Le responde: “¿De qué me hablas? Sos mi hijo, y quiero celebrar tu regreso". Quizás pienses que Dios jamás va a poder perdonarte, ya sea porque cometiste muchos errores, te equivocaste en un montón de cosas, pero te aseguro, que nada de lo que hayas hecho será demasiado para la misericordia de Dios. Él no busca como condenarte, sino que está delante de ti, con los brazos abiertos. Si estás lejos de donde sabes que deberías estar, tenés que saber que Dios está esperándote y que apenas des un paso en Su Dirección, tu Padre va a venir corriendo a tu encuentro.
El padre luego le dice a uno de sus sirvientes: “Ve a buscar el mejor vestido y dáselo a mi hijo”. En otra versión dice: “Vístelo con el manto de honor”.
De la misma manera, a pesar de todos los errores y fracasos por los que pasamos, Dios no solo se interesa en restaurarnos, sino que también nos viste con el manto del honor. Así es nuestro Dios. Es decir, que cuando cometemos errores y nos metemos en problemas a causa de lo que decidimos hacer, Dios es tan bueno que cuando regresamos a Él no nos guarda rencor. Nos recibirá de vuelta y hará algo grandioso en nuestras vidas.
La única forma en que eso puede suceder, es si tenemos la actitud correcta. Uno no puede seguir en el suelo, esperando que Dios nos de lo mejor que tiene para nosotros. Hace lo que hizo el hijo pródigo, y di lo siguiente: “Voy a levantarme para volver a la casa de mi padre, voy a dejar de vivir con culpa y vergüenza, como si estuviera condenado. Voy a salir de este desastre y empezaré a recibir la misericordia de Dios”.

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